MEMORIAS DE UN VAMPIRO POETA
CAPITULO I
Ya muchas lunas habían pasado después de aquella noche… y
después de tanto tiempo le dedicaba un pensamiento a ese cuento perdido. Aun
dolía la estaca que tenía clavada en el corazón, su atuendo un tanto pálido y
contrastante, no era del tipo, ni del estilo que suelen tener los vampiros con
clase, los que viven en castillos o palacios; aquellos que tienen un atuendo
negro y pulcro, cabello bien peinado, de mirada segura y penetrante. No, él no
era de esos… era el primer vampiro temeroso de la luna, de la noche obscura y
el encuentro, con aspecto desaliñado, lúgubre, ropa vieja, y cansado de lo que
para muchos seria una eternidad; para él solo era un simple juego de pesadumbre
y maldad.
La última pieza había caído… siempre errante y sin camino, buscando
obligadamente la noche para subsistir, le costaba entender lo que tenía que
hacer en su naturaleza obscura y deprimente; a veces debajo de la gran ciudad, escuchaba
la gente pasar, escuchaba los niños jugar, las risas, los cantos, a una pareja
pelear por los celos y se cuestionaba en medio de sus realidades por qué él no podía
ser así, lo decía seguro: “yo puedo ser
más humano que cualquiera”, envidiaba cada noche ese tipo de vida; y la
realidad es que no sabía ser vampiro, no sabía cómo conquistar con destreza el
cuello y la belleza de una señorita en peligro, su nobleza acongojaba sus ganas,
su sed, no tenía amigos, su única compañera era la noche y las penas que
expresaba escribiendo en una libreta azul y vieja, deslavada por el paso del
tiempo; ahí se dedicaba contar sus temores, sus traumas, sus suspiros, sus
sinsabores, se reinventaba cada noche en personajes, a veces era un padre con
tres hijos, otras un pirata con espada y muchas más era el eterno enamorado de Ana.
Y escribía su idilio en la libreta, donde en medio de la noche tenían un
tórrido romance, imaginaba sus besos, los contaba y los cortaba en letras, se
enojaban y se reconciliaban cada tercer día cuando no le tocaba ser pirata, tenía
lo que podría llamarse una relación común con ella, tan común como las que
encontraba en las calles cuando escuchaba pelear y reconciliar a las parejas, era
el primer vampiro desolado y soñador, reinventándose en historias y romance su trágica
existencia.
Se llamaba irónicamente Miguel Ángel, le hacía honores al
cielo con su nombre, de pequeño imaginaba grandes cuentos de valientes, donde
él, junto con un palo de escoba vencían siempre los ejércitos, desde aquella
época de niño hasta hoy, su imaginación había crecido con los libros que a la
par leía, aun solía meterse a la biblioteca pública cuando estaba aburrido de
imaginar, cuando Ana necesitaba unos días para pensar y descansar de su
libreta; y sacaba una o dos obras empolvadas y olvidadas del estante, y ocupaba
la noche y la luz artificial de una esquina, para llenarse de lo que él llamaba
vida.
Y era verdad… Ana no solamente existía en sus historias, la
veía pasar cada noche por la 45, como eso de las 9:39, él la bautizó con ese nombre,
era su eterna compañera de ilusiones, y la seguía silencioso desde abajo, desde
la sucia cloaca le veía esos tacones color blanco; ya le conocía sus pisadas, “no
pisa fuerte, ni débil, pisa seguro, mediano”, decía y suspiraba.
Le acompañaba en silencio por las calles, se perdía en esos,
sus vestidos que ya conocía, la llevaba con sigilo y sin sospecha hasta su casa.
Pero nunca se atrevía a salir y conocerla, decía que su historia era perfecta
como para arruinarla con las banalidades reales de la vida, vestirse de cierta
forma agradable para ella, de cambiar ese aspecto sucio de ser un vampiro
vagabundo y sin suerte, decía que aún no estaba preparado para ello, eran
demasiados sus complejos, se sentía menos que cualquiera, se sentía dentro de
un mundo que detestaba y fuera de otro que anhelaba.
La luna lo perseguía noche tras noche, su apetito buscaba la
sangre que a veces llegaba en accidentes, cada semana se apresuraba tímida y
penosamente a beber de las que agonizaban, no estaba contento con tomar del
cuello de alguien indefenso y moribundo, se agobiaba después de saciarse, se
sentía culpable, profanador de cuerpos, pecador extraño bebe sangre, se sentía
tan mal que a veces llegaba a uno de esos lugares de fe, y se sentaba
arrepentido por los hechos que habían sucedido, se acongojaba y disculpaba su
atroz y obligada mordida; terminaba hastiado de ser vampiro, de vagar por la
noche en busca de vidas que penden de un hilo, pero era a veces más humano que
cualquiera, más humano que vampiro, era ese instinto por el hambre el que lo mataba
con tormentos, realmente no sabía qué hacer, era el único vampiro que sentía y
lloraba su infame naturaleza, y bueno así se refugiaba en su libreta, en sus
historias, donde era poeta, pirata, padre, conquistador y amante.
En una de esas noches, cuando pensaba nuevamente en su vida eterna
sin contento, empezó a imaginar cómo sería ese sublime encuentro con Ana… él
tropezaría tímidamente con ella…
Diría: Oh, ¡lo siento!, disculpe señorita quitándose el
sombrero, obsequiando una pálida sonrisa de pena, y después del cruce de unas
breves palabras; ella se alejaría a sus espaldas… ese sería el primer encuentro
con su voz y su mirada, atesorando dulcemente en sus entrañas el roce de su
piel, en ese choque casual de su encuentro.
Y así… se empezó a imaginar más allá, un poco más allá: Que
salía de su encierro y sus traumas, que poco a poco se adentraba en un mundo
que no conocía, que lo aceptaban, lo querían; y así lo escribía seguro en su
libreta y se alegraba, se perdía en las ilusiones vanas de un joven de 40; su
mente ahora volaba en los detalles, en esas… las banalidades que algún día
rechazó: de tener el porte digno de
vampiro, cada vez le importaba menos la pena y sus pesares, solo encontraba
las formas de soñar y de olvidar su trastornada existencia, escribía y escriba
cada vez más, detallaba en letras su reloj de bolsillo, su chaleco, su atuendo
y sombrero, con un cierto peinado de corte de moda y de época; pulcro, y con
bastón caminaba y definía su historia, con zapatos puntiagudos de charol, traje
negro perfecto, sin ninguna arruga en el pantalón, con un cierto aroma a
loción, con el cambio en su mirada: penetrante como debería de ser un vampiro
de su clase. Y se imaginaba y poco a poco le gustaba más la idea.
Cabe señalar que muchas habilidades las había perdido con el
paso del tiempo, el hecho de hipnotizar y esas cosas, eran temas de vampiros consagrados,
vivía solo y sin importancia bajo los puentes y las calles, lo único que poseía
de sus antepasados era el gusto con pesar por la sangre, se había preocupado más
en soñar que por sus innatas habilidades, pero no se preocupaba, ni mucho menos
le disgustaba, o se acongojaba, quería ser más humano, se sentía más un humano
decadente.
Y era verdad, después de tantos siglos sus historias
empezaban a ser más humanas, algo en el empezaba a cambiar, ¡era noticia!, escribía
de sus ganas por degustar una buena cena, por salir y pasear con la señorita
perfecta, de caminar toda una noche sin prisa y sin miedo de la luna, contando
en su libreta el hermoso amanecer sin
los temores de esconderse, todo empezaba a cambiar, con cada línea que escribía,
sus ganas por ese mundo crecían cada vez más.
Y se enamoraba poco a poco en aquellas letras…
Mesa para dos por favor, él le acomodaba la silla, ella
sonreía como símbolo de aprobación a la galantería, y así en una mesa a media
luz, en donde un serio mesero les daba una cordial bienvenida, llegaron a
conocerse entre las cartas del menú, entre el vino de una buena plática, se
perdían en palabras, en miradas, brindaban por su encuentro, por esa cita
casual y con pena de querer un poco más; se demostraba por primera vez que el
gusto por una chica no tenia complejos, ni barreras, al menos no ahorita; al
menos no en letras; brindaban por sus ganas y sus lindos coqueteos, le llevaba
flores, chocolates y besos secretos. Y bueno así fue esa perfecta noche en su
libreta, después de la cena la llevó a su casa en su Ford 56 impecable, lo
había adquirido días antes en una subasta nocturna de la zona. Y detallaba cada
parte de la cita, así era él le gustaban los detalles, los mas mínimos eran los más importantes, la condescendencia
existía no solo en sus palabras, también en sus actos galantes como abrirle la
puerta o darle amablemente la acera, todo eso lo había aprendido con el paso
del tiempo, con mirar a la gente pasar cada noche desde ese obscuro lugar.
Y así conoció en letras su buen encuentro con Ana, su amor, se
la habían pasado tan bien que otra vez volverían a salir, tendrían una segunda
y calurosa cita en su libreta, ahí donde todo era perfecto.
CAPITULO II
Una de esas noches bajo el puente, en las que no salía de su
escondite, y se perdía en sus mundos idealistas, escuchó un ruido atroz que le
resto concentración a lo que hacía, volteó la mirada y vio un automóvil estrellado
contra una barda, absorto del golpe quedó al ver que era Ana la que luchaba por
salir, junto a ella, en el asiento del pasajero, inconsciente estaba otra
persona que había quedado sangrante por el accidente. Pronto, corrió hacia
ella… con una mano abrió la puerta, y la saco espantada, llorando, confundida
de no saber lo que pasaba, la acostó en la acera y la miraba….dulcemente su mirada
se perdía en aquellos ojos negros espantados.
Se apresuró a sacar al misterioso acompañante… era un joven
alto, bien vestido, con una pequeña herida en la cabeza que no paraba de
sangrar; no sabía quién era, ni que hacía con ella, en ninguna de esas noches
en las que él la acompañaba, lo había visto; no pensaba ni en la sangre, su
mente regresaba a Ana, su pensamiento volvía al increíble encuentro de su ojos
y de la forma en que la cargo para salvarla, no lo podía creer, la manera de
conocerse no era como lo había escrito, no fue nada provocado por sus ganas de
perderse en ella, y ahora y después del choque, la veía ahí, a un cuantos
metros… frágil, respirable y hermosa…
Ella dijo con voz dulce, delicada y temblorosa… ¡Gracias!...
Era ella pensaba y suspiraba, esa es la voz que en su libreta trataba de crear,
la que hasta hoy conocía, pensó que era más dulce su acento de lo que a veces
narraba, como un adicto sintió que ese encuentro era interminable, suspirable a
besos por sus ojos y su boca, irrepetible, el tiempo no existía, solo él
mirando un cielo que desde hace muchas lunas imaginaba y escribía.
Para él no era tan fácil creer que estaba ahí, en medio de la
noche con ella a su lado, estaba nervioso y casi sin palabras…
¡De nada!, ¿estás bien? dijo él… suponiendo que al hablarle,
su elocuencia saldría tan ágil como en sus imaginarias historias, pero fue así,
entre más la miraba, mas su voz se entrecortaba, el silencio era total, le daba
pena, se sentía niño sin su espada, tenía la sensación de estar desnudo cuando
sus grandes ojos negros lo miraban, como si ella atravesara su alma y conociera
todos sus secretos, la existencia vil de ser vampiro errante, confundido. Como
si conociera sus pecados y la sangre que bebía, como si supiera de esa envidia
tan humana que sentía.
¿Donde está Angus? Dijo ella…
Pero fue una pregunta sin respuesta, porque las pisadas de
curiosos se amotinaban en la escena,
comentaban entre ellos el terrible suceso: un carro deshecho, faros
rotos, defensas dobladas y vidrios por todos lados. La gente murmuraba que
había sido un milagro que pocas veces pasaba… ¡el golpe era para matarlos a
ambos!, decía el murmullo de una señora que pasaba. Ella aunque estaba
confundida, ningún rasguño tenía y el extraño acompañante aún con su golpe, su
desmayo y su sangre, respiraba y vivía.
A los pocos minutos llegaron ambulancias, todo era un caos, gente
por doquier; Miguel Ángel se hacía cada vez más pequeño en ese mundo raro, era
demofóbico, empezó a sentir ese disgusto tan humano que tenemos muchos de
correr, de esconderse o desaparecer cuando hay demasiada gente a nuestro
alrededor; poco a poco daba pasos hacia atrás con el afán de irse del lugar,
quería huir de todo eso, y así… Ana lo perdía de vista entre tanta gente… ¿Está
usted bien señorita?, ¿Quiere que llamemos a alguien?, ¿Como pasó?.... eran
demasiadas las preguntas, demasiados los cuestionamientos, y demasiado el susto
para poder pensar y responder con claridad.
La ambulancia partió rumbo al hospital junto con Ana, el
miraba todo el evento de lejos, desde esa trinchera sucia a la que llamaba
hogar, estaba feliz, sorprendido de todo lo que había pasado, la había tocado,
la había mirado, la había de alguna forma salvado; suspiro profundamente por
todo lo ocurrido, volvió de nuevo a sus historias… borró de su libreta los
últimos párrafos, y escribió nuevamente: Estaba yo ahí seguro de mi mismo,
viendo su cara asustada, nuestro Ford deshecho por el golpe, pero ella tan
linda como siempre, aun bajo esas circunstancias estaba hermosa, lucida, conciente,
nos abrazamos y nos dijimos te amo, nuestra vida dependía una de la otra, yo de
sus ojos, ella de la seguridad de mis abrazos, en ese preciso momento nos dimos
cuenta que la vida sin el amor, sin la existencia de los dos, no tenía razón de
ser; ni si quiera en las viejas letras de una libreta cansada por el tiempo.
Dos días después del trágico acontecimiento, él esperaba como
siempre que pasara para acompañarla hasta su casa, pero ella no aparecía, por
ningún lado se le veía, ¿Será que no me di cuenta, y está muy grave?... no
tenía forma de saberlo, la extrañaba… se regresó a su estancia cabizbajo,
preocupado, arrepentido por dejarla ese día… “y todo por mis complejos decía y
se lamentaba a solas en la noche”.
En eso escuchó unas pisadas que poco a poco se acercaban…
¡Buenas noches! Disculpe, estuve preguntando en la zona y
mucha gente me habló de un eterno ermitaño, que solo se le ve a estas horas,
que no le gusta la gente y que no habla con nadie… ¡lo estoy buscando!, me
dicen que fue él, quién hace días nos salvó… me dijeron que aquí lo
encontraría… ¿es usted esa noble persona que se atrevió a rescatarnos?
Miguel Ángel dijo: Si fui yo…
Me llamo Angus Trades; y vine a agradecerle su magnánimo
acto… ¿existe algo con que pueda agradecerle?, ¿compensarle de alguna forma?
Miguel Ángel salió de las sombras de aquella obscura cloaca
llena de pesares, entre más se acercaba, Angus más se daba cuenta de la difícil
situación, no era un humano cualquiera, pensaba; lo veía cansado, triste,
deprimido, con mirada fuerte, perdido, sin brillo, con ropa sucia y sin
encuentros de shampoo; pero lo que más le llamo la atención fue una pluma que
cargaba en su mano izquierda, no era común ver que esa clase de gente, la que
vive en las calles supiera escribir…
Miguel Ángel contestó en tono tajante y serio: No me debe
nada.
Angus dijo: Disculpe mi pregunta espero no le ofenda, ¿usted
escribe? me dio curiosidad al ver su pluma…
Miguel Ángel respondió: No es algo que tenga la intención de
contestarle Mr. Angus, usted vino hasta aquí con el afán de agradecerme, ya lo ha
hecho, ya le he contestado que no me debe nada, ahora le pido que se marche.
Angus Trades se sintió confundido… como podría ser que él, una
persona tan solitaria y poco amable los hubiera salvado hace dos días. Pensó:
no es él, no lo creo, alguien más tuvo que ser, pero no él… pidió disculpas por
su atrevimiento en su pregunta y sin más se despidió.
Mientras se alejaba de aquel extraño lugar, escucho la voz de
Miguel Ángel decirle:
¿Ella está bien?
Angus al escuchar esa pregunta, hizo que de golpe parara su
camino…
Se volteó, regreso unos pasos… y dijo: Sí está bien, salió
ayer del hospital, también ella quería venir a agradecerle pero yo no quise, ya
es noche y es peligroso.
Miguel Ángel tenía curiosidad de saber, tenía tantas
preguntas en él que no quería quedarse callado…
¿Qué fue lo que pasó? Le dijo…
Angus respondió: ¿se refiere al choque? Pues fue confuso…
ella me pidió que la enseñara a manejar y en eso estábamos, íbamos bien,
conducía bien, pero de pronto de la nada se atravesó en nuestro camino un perro,
o un gato, ¡qué sé yo!, no recuerdo bien; y ella no supo qué hacer, se puso
nerviosa, lo esquivó, pero en vez de frenar, aceleró y nos estrellamos; por
suerte llevábamos puesto el cinturón, aunque el mío no funcionó como hubiese
querido jajajaja, pero gracias a Dios solo fue el golpe… y pues ya lo que pasó
después creo que eso ya lo sabe.
El respondió: ¡Yo la conozco!, la he visto pasar unas cuadras
adelante siempre por las noches; y por eso no me debe nada, cuando la vi ahí en
el carro, asustada supe que tenía que hacer algo para salvarla.
Angus se quedó atónito a su respuesta, no sabía que pensar,
no sabía si era un loco de esos que se obsesionan con alguna chica que ven por
la calle, y luego terminan, secuestrándola y matándola… Lo primero que dijo
fue: ¡es mi prometida!, y pues tanto ella como yo le reiteramos nuestro
agradecimiento por su ayuda.
No se preocupe Mr. Angus no soy lo que usted piensa, solo soy
un soñador y amante de la belleza, le agradezco que se haya tomado el tiempo de
venir hasta aquí a darme las gracias e igual va extendido mi agradecimiento
hacia su prometida.
Angus en ese momento vio que la persona que le hablaba no era
alguien tan de la calle, o sin estudios o educación, como él suponía; no sabía
realmente quien era; se imaginó que a lo mejor había sido tiempo atrás un
empresario rico y con clase, pero con la recesión de hace algunos años a lo
mejor lo habría dejado en banca rota, sus pensamientos volaban por saber quién
era aquel enigmático personaje: primero pensó que era un pobre vagabundo sin
suerte, ni escuela, luego lo concibió como un loco asesino y ahora lo veía con
un caballero con clase, extrañamente vestido de vagabundo para la noche de
muertos, y bueno la pluma en su mano para él, confirmaba la teoría, el no
pertenecía a ese lugar.
Mr. Angus dijo: ¿Caballero, puede decirme su nombre?
Contestó: me llamo Miguel Ángel… Miguel Ángel Karov
¡Un gusto conocerlo!, y con todo respeto su apariencia es
contrastante, tiene usted en sus palabras más que esto… (Volteo la mirada como
señalando el lugar donde vivía). Le puedo ofrecer mi ayuda si usted quiere…
El de nuevo cambio el semblante… se dio la media vuelta,
diciendo: ya váyase Mr. Angus que la noche es peligrosa y no siempre estaré
para salvarlo.
Angus se sorprendió otra vez con su respuesta… Le dijo:
cuídese, y nuevamente gracias por la ayuda, buena noche Mr. Karov.
El no lo podía creer, su historia cambiaba con el transcurso
de los días. Le interesaban más las historias verdaderas; era sorprendente
decía, primero la concebía soltera y así la trazaba en letras, después ese
encuentro casual al rozar su silueta, las citas en su libreta fueron constantes,
y ahora, posterior a todo lo que había pasado, después de verla de cerca, de
cruzar palabras con ella, sabía que la historia sería distinta, la escribiría
paso a paso, en cada palabra que pudiera decir, en donde ella, y solo ella
tendría el honor de firmar, de escribir, y de poner el punto final.
Días después de aquel encuentro tan extraño, Mr. Angus le
contó a ella lo que había pasado, le contó la historia a grandes rasgos, le
dijo quién era, como vivía y en donde; le dijo que parecía que él no pertenecía
a aquel lúgubre lugar, que era extraño…
Él le seguía diciendo: ¡estoy
casi seguro que no es de aquí, su acento es distinto, y la clase no la pierde, pero
ese atuendo que tiene créeme que engaña a cualquiera.
Ahhh, ¡Le dije que estábamos comprometidos!
Ella se rió y dijo: jajajajajaja ¿y porque le dijiste eso?
Lo que pasa es que me dijo que te conocía, bueno, mmm que te
veía en las noches pasar y no sé al principio me asustó, y fue lo primero que
se me ocurrió, jajajajajaja…
Aquella mañana Miguel Ángel no podía dormir, estaba ahí en su
sucio ataúd lleno de escombro, con los ojos abiertos, pesando en ella como la
principal culpable de su historia, construía en letras de pensamiento su
belleza; y así poco a poco planeaba salir al mundo que tanto adoraba y temía;
eran sus ganas lo que le movían, la ilusión de volver a verla, hablarle, perderse en su mirada; tenía suficiente
tiempo para concebirla… decía y suspiraba; deseaba más que soñarla, quería caminar
juntos la historia; él y ella… eternos, inseparables, perdidos, infinitos como
el profundo sueño de los muertos, buscaba solo historia, la complicidad en
letras de una historia más sensible y cierta; él sabía lo que significaba “estar
comprometida”, pero aún no lo creía, se negaba a creer que aquella mujer tan
cautivante tuviera en su vida un camino trazado… decía ¡No!, no puede ser
cierto. Conforme caminamos, dejamos atrás
las huellas de nuestro pasado, dejamos las pisadas, no los zapatos, no nos
adelantamos, no corremos al futuro incierto, ni nos atrasamos en el recuerdo, y
ella está muy joven para hacerlo.
CAPITULO III
Eran casi las 8:00 de la noche cuando salió de su escondite, caminó
unos pasos, y encontró una especie de presente; al principio no le dio mucha
importancia, sabía que mucha gente tenían la mala costumbre de botar lo que ya
no querían.
Le habían dejado: un traje, zapatos, camisa, corbata,
calcetines y una pequeña botella con un poco de perfume.
Junto a una nota que
decía:
No es seguro que le
quede, lo vi muy poco, pero espero le pueda servir, y pueda construir una vida
distinta a la que tiene, Gracias por su ayuda.
Sabía que había sido ella, el olor a su perfume que percibió aquella
noche, se había impregnado igual en esa ropa; era ella, era su olor, ese olor
tan dulce como el canto de las aves migratorias…
Me mintió pensó, Mr. Angus me mintió, mmm… le di la impresión
equivocada, tal vez por eso me dijo que estaban comprometidos.
Esas esperanzas renovadas de su realidad estaban ahora más
claras; y aunque sabía que no era mucho el hecho de que ella hubiese ido a
verlo, al menos pensaba que era un buen comienzo en la historia que se
avecinaba en su cuaderno.
Miró cada cosa de la mesa, se apresuró a buscar tijeras,
consiguió rastrillo, se afeito la barba, busco la forma de cortarse el pelo. La
vestimenta que hoy tenia, que hoy le regalaban, la conformaba un cuidadoso traje
color azul marino, una camisa blanca con chaleco, calcetines, cinturón,
corbata, una loción de caballero y unos zapatos negros relucientes. Y así junto
con las complicidades que le daba el momento, cambió por completo su apariencia…
ahora sí parecía más humano que cualquiera, transformó de buena forma su
silueta, se veía distinto, lleno de vida, sin esperanzas muertas.
Se paso la noche detallando el lustre de su porte, se paso
rápido el tiempo, el día llegaba y por última vez se acostaba en aquel penoso y
sucio lugar, se acomodo en su ataúd despintado, tomo su libreta, la puso firme
y como siempre entre sus manos; y cerrando sus ojos, escuchó el cantó a lo
lejos de los pájaros, aquellos que de madrugada comunican como gallos el
comienzo de un nuevo amanecer.
Eran casi las 9:00 cuando se despidió de cada lugar
recorrido… de los rincones visitados por las noches, se despidió de los eternos
testigos de sus letras, se despidió del puente; le dijo adiós al montículo
donde se sentaba dulcemente a mirar el horizonte y las estrellas, se despidió
de la cloaca deprimente, de todo lo que habitaba en sus recuerdos, lo único que
lo seguiría hasta el final de sus días era como siempre esa cómplice perfecta, la
eterna compañera, su libreta.
Después de todo, las cosas cambiarían, sabía lo que quería
ser, pero aún no estaba tan seguro de cómo lograrlo; quería ser poeta y
escribir como siempre a diario… ¿qué tan importante era ella para él?, todo, ¡absolutamente
todo!, sus letras, sus emociones, su pensamiento, su contento, era céntrica a
su vida, estaba dictaminado ese interés por saber cada vez más de ella; era inspirable
en su libreta, llevaba días sin ser pirata, ese tesoro que le quitaba a los
grandes navíos del este, lo dejó abandonado en una de esas islas remotas que a
veces ni en los mapas más modernos existen; se centraba solo en ella, en su
cálida figura y su olor envolvente. A
veces eso del amor es un juego complicado, dentro de los corazones que no están
tan muertos como se supone, y sale a relucir infranqueable una mirada, una
bella sonrisa de mañana, por esos momentos que se vive y se desvive como la
nieve que se derrite con el calor de la mañana; creó un mundo tan único y
perfecto como para hacerlo cambiar en todos los sentidos… de vista renovada,
con porte un poco clásico, con palabras, dejando atrás su complicada suerte,
dio los pasos necesarios para dejar a sus espaldas el pasado.
Era esa noche la que en pensamiento creo esta historia, eran
casi las 9:30 y estaba listo para salir, y aunque había cosas en él y en su
naturaleza, que sabía que no podría cambiar, tenía la esperanza de perderse
entre la belleza, se puso el poco de perfume que tenía, se acomodo el traje con
delicadeza y así con una nueva perspectiva salió a la calle. Ahora estaba
rescribiendo su historia con las realidades de aquellos príncipes valientes que
conquistan corazones de princesas, era la vida misma la que se encargaba de
escribirla, en cada paso que daba, hacia donde se dirigía… Era un hecho tenía
que verla, agradecerle por la ropa, y su
nobleza.
La encontró por la calle de siempre, donde daba vuelta para
ir hacia su casa…
Dijo él: Disculpe señorita…
Ella lo miró con extrañeza… pero al momento reconoció el
traje que traía; ¡es usted dijo convencida!, ¡es usted!… lo miró de arriba,
abajo…me da gusto que le haya quedado tan bien el traje, Angus me contó de su
encuentro, y pues… se me ocurrió darle ese presente. ¡Me da gusto que no le
haya ofendido!
Al escuchar tantas palabras juntas, tantas verdades… él ya no
sabía que decir… quedó mudo por un rato…
Dijo él: No, no me ofendió, al contrario yo le agradezco a
usted todo esto, fue un cambio radical para mí y un gran detalle, la verdad es
que soy yo, él que no tengo como agradecerle, de verdad se lo digo, se me
escapan las palabras y usted no tiene idea todo lo que ha hecho por mi…
Dijo ella: ¿Porque lo dice?
Dijo él: ¿Me puede permitir acompañarla?...
Ella no opuso objeción, le daba gusto verlo tan distinto a lo
que se acordaba de aquella noche, y así se fueron por la calle caminando entre
la gente…
Dijo ella: Me dijo Angus que usted ya me conocía, y me
extraño mucho porque yo a usted jamás lo había visto.
Dijo él: Sí, eso le dije, la he visto pasar varias veces por
la calle, y créame que yo nunca olvido una cara… eso mismo pasó la noche del
accidente, sabía que era usted desde el momento que la vi.
Las preguntas siguieron en todo el recorrido… ¿De dónde?, ¿Cómo?,
¿Cuando?... todas y cada una fueron contestadas, menos la primera pregunta que
ella le hizo. y aún con todas las respuestas, también había verdades que serian
difícil de entenderlas, ser vampiro en un mundo de humanos no era fácil, y
mucho menos lo era, el ser una especie de vampiro poeta.
Ella era como la concebía en su libreta; agradable, dulce,
tierna, segura de sí misma, con preguntas, con palabras y palabras que salían
de su boca, con humildad y nobleza y como siempre bella por naturaleza.
Por cierto… ¿Mr. Angus a que se dedica?
Ella le dijo: Trabaja a media hora de aquí, en una empresa de
muebles, es vendedor. De hecho le cuento que el carro era de él, lo compro hace
años, y lo ocupaba para ir y venir de su trabajo, es una pena caray… pero al
final le das gracias a Dios al ver el estado en que quedó el vehículo.
Dijo él: ¿Y usted trabaja?
Ella respondió: Si, soy encargada de una tienda de ropa.
Dijo él: ¿Y esta ropa es de su tienda?
Ella rio y dijo: No, no es mí tienda, jajajaja….
Le comento que esa ropa es usada, de hecho era de Angus;
buscamos algo que más o menos le pudiera quedar y que estuviera en buen estado,
el perfume que le di y todo lo demás, hasta los zapatos eran de él, por eso le
decía que me da gusto que le haya quedado tan bien y no le haya ofendido…
¡Ya llegamos!, dijo ella… bueno pues me dio un gusto
conocerlo y mucho mas verlo así, tan bien vestido y elegante, créame que somos
nosotros los que le estamos agradecidos, y aunque la ropa no es nueva, esperemos
que esto sea un buen comienzo para usted.
Él le dijo: Gracias por todas sus atenciones… a usted y a Mr.
Angus.
Oiga una última pregunta, es un poco indiscreta, espero no se
ofenda… ¿Qué es de usted?, ¿Es su prometido?...
Ella sonrió, y le dijo: No, discúlpelo, ese día creo se
sintió un poco incomodo con usted… él es mi esposo… y créame que le va a dar
gusto cuando le cuente de su cambio.
Al escuchar tal afirmación su mundo cambio repentinamente, él
sabía que ahora, que hoy tendría que terminar su historia, no tenía en su boca
reclamos, realmente no existía nada que reclamar, solo suspiros que los trataba
de ahuyentar con las sonrisas, parte de su mundo, de aquel mundo idealista en
donde ella era el centro agonizaba en las palabras, en las verdades de una vida
que hoy entre las manos se escapaba.
Él la concibió tan bien y bella, la creo en las propias
palabras que pensaba y escribía... o cuando hace días tenía esa sensación de
que estarían… él y ella siempre juntos, para toda la inacabable y eterna complicidad
de las letras de su libreta.
Dijo él: De verdad que como le dije hace rato... a usted en
especial no tengo como agradecerle….
Ella lo miro extrañada y le dijo: ¿Porque lo dice?
Mire yo tengo un mal que hace años me aqueja, no es fácil de
explicar, pero usted fue parte de mi historia, no lo malinterprete por favor,
yo la veía pasar por las noches y empecé a divagar, a crearla en mis letras,
usted me daba la fuerza necesaria para levantarme, para aceptar lo que era
inevitable, y soñaba y escribía, y me perdía en varios personajes, en historias
que para mi eran reales, y de nuevo usted volvía con la prisa del momento; yo
le agradezco infinitamente eso, que haya sido parte de mi vida sin saberlo,
gracias por darme la fuerza necesaria y por regalarme esto… una vida más allá
de la vida, una historia, un sueño, un recuerdo en la memoria. Se cuenta que
los libros viejos cuando están en un estante empolvados es porque ya a nadie le
interesa lo que tengan que decir en letras, pero no es verdad, pero no es así, el
polvo en ellos es solo tiempo, y yo me apresuraba a estar a su lado, con los
más empolvados, siempre me han dejado cosas buenas. Usted ha sido un libro que
he escrito por las noches, y sin eso, sin la tonta inspiración de idealizarla,
yo ya no estaría aquí.
Usted ha sido la fuente de mi letras, noche tras noche lo ha
sido, no se espante… simplemente era un escritor perdido, que buscaba ansioso
llenarse de respuestas, usted ha sido parte, ha contribuido a que hoy este de
pie, aún de pie con todo y mis problemas, yo la inventé en historias pero
ninguna tan compleja como la vida misma, en mis textos soy el rey, el maestro,
el esposo, el novio perfecto, y la inspiración de un poeta, aquí simplemente
soy un extraño que se pone a sus pies agradeciéndole todo lo que ha hecho por
él. Rescatarlos a usted y a su esposo no fue nada comparado con lo que hoy le
cuento… usted noche tras noche me rescató de mis pesares, con tan solo verla
pasar llegaba dulce y sonriente también a mi libreta, gracias por ser la musa y
la bella compañera de mis penas, la que alivia las condenas y se pierde entre
las hojas, gracias por obsequiarme una
vida más con sus detalles. Despídame de su esposo y dígale de mi parte que le
ofrezco una disculpa si es que me porte como un patán, cuando fue visitarme. No
hay más que decir….
Ella no podía creer su historia, tantas palabras, tanto
sentimiento. Le dijo: Le agradezco sus palabras pero… (El la interrumpió)
Le dijo: No, no, no… no hay nada que justificar, no se
preocupe, no hay nada más que decir…
Y en el último párrafo escribió:
El amor siempre será
eterno cuando se pueda escribir, es perdurable en una hoja, dictatorial, no
porque hoy ya no te diga te amo, significa que es así; te amo en mis silencios,
y lo he escrito una y otra vez en mis miradas, en la historia que creamos, la
que recorrimos cada noche juntos en la cama.
Has sido mi más noble sueño dentro de todas mis pesadillas, y aunque tú
no lo sabes y yo no lo invento, te dejo partir de mi lado, con la verdad
quemante y mi sonrisa eterna. Ya no quedan hojas en la libreta, ya no tengo
goma para borrar mis penas, eres más perdurable en mi recuerdo que la infinita
existencia de mi naturaleza.
Y era cierto, a pesar de todo se dio cuenta, que era más
humano que cualquiera, tenia mas sentimiento que muchos que van por la vida sin
penas y sin gloria. Le dolía, sufría, reía y lloraba, se ilusionaba con lo más
mínimo, como cualquier humano que puede admirar al despertar el sol naciente de
la mañana.
¡Hasta siempre Ana!
Se dio la media vuelta y se fue con la noche y la luna a sus
espaldas, la realidad había terminado con la historia, y aunque la estaca aun
dolía, y pasaron días, su recuerdo y su nombre serian eternos en poesía. Tenía
un buen final que no cambiaría ni un punto, ni una coma, ni un suspiro, ni las
veladas que pasaron, no cambiaría nada de lo que había vivido, no le preocupaba
mas la luna, ni la gente, solo quería contemplar cómo la noche acaba y empezaba
para él, el resplandor de un nuevo amanecer.
FIN
René Martínez Lara / Kueyatl
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