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miércoles, 21 de noviembre de 2012

LOS AÑOS MARAVILLOSOS



No sé si tenga que ver el año 1977, pero a mi edad y después de todo, de tantas palabras, de tantas miradas y besos en todo este tiempo, después de conocer, de dar de demostrar, de perder, de sufrir y llorar; aún hoy intento descifrar en donde está el error; tal vez sean los arrebatos de un niño de 33 que aún no comprende en ciertos momentos lo que significa simplemente la esencia de existir, tal vez sea que aún no entiendo ese vale madrismo en cada hombre, en cada ser humano el hecho de decir “si te vi, no lo recuerdo”, no lo sé; pero, haciendo una comparación es inevitable no acordarme de ciertas épocas:

“La Preparatoria”, en donde una niña linda  se formaba en la mente de cualquier preparatoriano clase “95”; como cuando mi amigo Arturo regalaba Osos enormes a cambio de simples palabras o alguna que otra sonrisa, en donde su Golf le daba cierto plus o al menos eso intentaba, como si su carro fuese un Alfa Romeo de los años 90tas, cuando la realidad desgraciadamente era que ella, su perfecta “Julieta” ni si quiera sabía exactamente su nombre; era la época en donde mi amigo Héctor solo podía demostrar con sonrisas y carcajadas el nerviosismo que sentía cuando una niña, una tal “Ivonne” pasaba por su lado; o Yo, que en esos ayeres se me caía la baba cuando estaba enfrente, y platicaba con una tal “Ana” niña sonorense que me ponía muy nervioso y al borde del colapso cada vez que la veía, o escuchaba ese acentillo norteño que me encantaba, al arrastrar y pronunciar de esa manera sin igual la “CH”, se oía tan, pero tan sexy caray.

Nos pasábamos ratos largos hablando de ellas, como cualquier musa inalcanzable y de otro planeta; cada uno con su corta historia de amor (si a eso se le puede llamar historia y mucho mas amor), porque la verdad de las cosas era que ni si quiera sabían que existíamos, o en caso de que lo supieran, éramos tan equis como la clase de inglés que siempre reprobaba.

En aquella época nos refugiábamos en el juego y no me refiero a nada de póker y apuestas; nos refugiábamos en una pelotita de básquet, para colmar las penas del dizque amor perdido, o simplemente para pasar el rato.

¡Éramos unos niños! bueno ya ni tan niños, que jugábamos a ser hombres a ratos, a tomar cerveza, a fumar cigarros (aun que no todos) y a tratar de perdernos en nuestros sueños guajiros pretendiendo saber todo acerca de ustedes mujeres.
Hoy después algunos años creo que seguimos siendo los mismos; somos unos chamacos pubertos de 33 en eso del amor, unos imberbes clase “95” que creen inútilmente conocerlas; somos hombres con amor infantil, que buscan corazones que no entienden, que quieren huir, corazones que escapan sin dejar rastro alguno, los amores perdidos y tristes, locos corazones que se niegan a sentir tal vez por miedo a perder o por miedo a creer.

Somos algunos de la famosa clase “95” de la prepa abierta del Instituto Oriente que aún creemos en una sonrisa, en una mirada, en un palabra, y un corazón; creemos en lo puberto que es nuestro amor, en no dejar, en no perder, en tal vez y por si acaso nunca olvidar.

Dedicado a la clase “95” de la Preparatoria Abierta del Instituto Oriente (Puebla): 
Sergio, Arturo, Héctor, Hugo, Ricardo, Ernesto, Carlos, Oscar (QEPD),
 y todos y cada uno de los que fueron parte de ese pasado digno de recordar. 

René M. Kueyatl

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